Argentina
Martes, 23 abril 2024
La historia de Gregg Hein
10 de junio de 2016

Sobrevivió cinco días en las montañas

Para festejarlo, había partido de la casa de sus padres en la mañana del jueves y manejado tres horas hasta el punto de partida de un sendero del Bosque Nacional Sierra. Había planeado una excursió...

Sobrevivió cinco días en las montañas - Revista Que
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gregg 2greggPara festejarlo, había partido de la casa de sus padres en la mañana del jueves y manejado tres horas hasta el punto de partida de un sendero del Bosque Nacional Sierra.

Había planeado una excursión de cinco días de ida y vuelta desde el lago Florence hasta el monte Goddard, unos 32 kilómetros cada tramo.

Cerca del mediodía del sábado firmó el libro de visitantes, y con placer vio que era apenas el tercer escalador que iba allí en el año.

Tras sacar algunas fotos, se puso a andar hacia el lado norte del monte.

El empinado terreno estaba cubierto de pedruscos; Gregg avanzaba despacio para evitar un desprendimiento de rocas.

Pero quedó atrapado por una avalancha de piedras. Gregg se deslizó sobre su mochila hacia un cúmulo de nieve, y golpeó un reborde con el talón derecho.

Al mirar hacia abajo vio astillas de hueso asomando por debajo de la rodilla.

Iba cayendo hacia un montículo de piedras sueltas, dejando un rastro de sangre, pero hundió la mano y el talón izquierdos en la nieve, y logró detenerse justo a tiempo.

Estaba sangrando copiosamente, pero sabía que si se ponía un torniquete, podría perder la pierna.

Decidió esperar hasta que no tuviera otro remedio; mientras tanto, se concentró en estabilizar la fractura.

Las piedras trituraron la pierna de Hein, por eso con una navaja rasgó el pantalón del lado derecho, y no tuvo mejor idea que entablillarse la pierna con una almohada y un bastón de trekking.

No podía cargar su mochila así que tuvo que dejarla con todo adentro, incluso la comida.

Le quedaban agua y comida para dos días, pero pensó que podría sobrevivir sin provisiones. Le importaban más las cosas que lo mantuvieran cómodo y seco, que sirvieran para alertar a los socorristas o que pudiera usar como herramientas.

Se metió los guantes y dos gorros de lana debajo del pantalón, y se colgó al cuello la linterna de diadema. Una correa de la mochila tenía cosido un silbato; lo cortó y lo ató a un ojal de su camisa.

Se guardó la navaja y un poco de cordel en el bolsillo, metió su sobretodo en la funda de la bolsa de dormir y se colocó el bulto sobre los hombros. Dejó la mochila y empezó a caminar de costado, como un cangrejo.

El esfuerzo lo dejó mareado y dolorido, pero esta vez alcanzó el cúmulo de nieve. Avanzó unos 30 metros más y se detuvo frente a la franja rocosa.

Tardó 10 minutos en trepar a la parte más alta de la formación, donde encontró una zona plana junto a una roca grande. Luego de quitar algunas piedras a fin de hacer un hueco para la pierna rota, se sentó allí.

Así, con dos brazos y una pierna se arriesgó a bajar la montaña.

Gregg gritó e hizo sonar el silbato a intervalos durante el resto del día, luego, se metió en la bolsa de dormir cuando empezó a oscurecer.

Movía el pie derecho para mantener la circulación, y estaba atento al menor mareo que pudiera indicar pérdida excesiva de sangre. A pesar de que estaba alerta, cabeceó más de una vez.

Al caer la noche recordó a sus seres queridos: sus padres, Doug y Randy, su hermana Kristen y su nueva novia, Katrina, y se preguntó si volvería a verlos.

Kristen iba a cumplir años el miércoles siguiente, y Gregg esperaba que su muerte no coincidiera con esa fecha. Lo invadió el desasosiego, pero trató de concentrarse en la forma de sobrevivir.

Esa noche la temperatura descendió a 4 °C. Gregg durmió de a ratos; se despertaba tiritando de frío o por alguna piedra que se le encajaba en la pierna.

La mañana del domingo vio con alivio que la hemorragia ya casi había cesado. Volvió a gritar y a dar silbatazos; durante las pausas amontonó piedras a su alrededor para protegerse del viento.

Hacia el mediodía empezó a percibir un olor fétido que emanaba de la pantorrilla entablillada. Los bordes de la herida estaban pálidos y supuraban.

Una infección podría desembocar en gangrena, lo que amenazaría la pierna y también su vida.

Caminó de costado hasta un pequeño montón de nieve a pocos metros de su refugio, pero cada paso lo hacía sacudirse de dolor.

Limpió con nieve la mugre y el tejido muerto de la pierna, y enseguida se puso más nieve sobre la herida para que al derretirse arrastrara la suciedad restante.

Ya era lunes y para entonces, Doug Hein estaba enojado con su hijo; lo esperaba desde hacía horas, y Gregg ni siquiera se había molestado en llamar.

El martes por la tarde, cuando Doug volvió del trabajo y encontró la casa aún vacía, empezó a preocuparse. Pero seguía pensando que su hijo no tardaría en llegar.

"A Gregg le gustaba alargar sus salidas algunas veces", cuenta este vendedor de productos agrícolas, de 64 años.

También creía erróneamente que a ninguna persona se la busca si no lleva al menos dos días desaparecida, así que descartó la idea de avisar a alguien, ni siquiera a su esposa, Randy, directora de una escuela secundaria que se encontraba en una conferencia en Las Vegas, Nevada; no quería asustarla en vano.

La noche del martes Gregg ya no podía casi ni moverse, tiritaba sin cesar y ya no podía mover el pie derecho. Al amanecer recuperó un poco de movimiento, pero el daño en la pierna era evidente.

También se sentía cada vez más deshidratado, a pesar de los sorbos de agua que tomaba de la capucha del sobretodo. Decidió que era hora de irse de allí.

Ya el miércoles por la tarde los padres de Gregg se dirigieron en auto al centro de operaciones de búsqueda y rescate de la oficina del alguacil, un remolque estacionado en medio de un bosque cerca del lago Florence.

Llegaron allí alrededor de las 6:30, y un sargento de policía les mostró mapas de las zonas donde tenían planeado buscar a Gregg al día siguiente.

Al cabo de unos minutos, otro helicóptero, procedente de Yosemite, sobrevoló el lugar donde se encontraba Gregg, quien volvió a agitar en alto la bolsa de dormir, como había hecho en la mañana sin obtener resultados, y arrojó algunas piedras para asegurarse de que lo vieran.

Esta vez, el piloto notó su presencia, y le hizo una seña con la cabeza.

Al caer la noche Gregg se encontraba en una cama del Hospital en Fresno, rodeado ya por su familia. Había logrado sobrevivir de insectos y agua de lago durante cinco días, antes de que lo rescataran.

Gregg tuvo que someterse a múltiples operaciones durante varios meses, pero salvó la pierna.

Recibió mensajes y visitas de personas que ya no recordaba y de absolutos desconocidos.

"Muchísimas personas salieron a buscarme", dice Gregg, quien recientemente se inscribió en una universidad para estudiar un posgrado en derecho ambiental.

 

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